De Kafka a Kafka by Maurice Blanchot

De Kafka a Kafka by Maurice Blanchot

autor:Maurice Blanchot [Blanchot, Maurice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 1981-04-23T05:00:00+00:00


VI. KAFKA Y BROD

MAX BROD ha reconocido que en la gloria de Kafka había algo poco tranquilizador que lo hacía lamentar el haberlo ayudado a nacer. «Cuando veo cómo rechaza la humanidad el don saludable contenido en los escritos de Kafka, a veces sufro por haber arrancado esa obra a la oscuridad de la destrucción en que su autor quiso que se hundiera. ¿No habrá presentido Kafka el abuso al que su obra podía quedar expuesta y por eso no quiso autorizar su publicación?». Tal vez significaba plantearse la pregunta un poco tarde. Al hacer los años póstumos su obra, Brod no hubo de enfrentarse a la discreta fama que habría podido desear, pero ¿no la quería tan clamorosa desde un principio? ¿No sufría cuando Werfel, leyendo los primeros escritos de su amigo común, decía: «Más allá de Tetschenbodebach nadie comprenderá a Kafka»? ¿No reconoció en la gloria de la que se lamentaba, una parte de sí mismo, no era también a su medida, a su imagen, no próxima a la reserva de Kafka, sino más bien cercana a la prontitud de Brod para actuar, cercana a su optimismo honrado, a su certidumbre decidida? Acaso haya sido preciso que Brod estuviese al lado de Kafka para que éste superara el malestar que le impedía escribir. La novela que ambos escriben en colaboración es signo de ese destino solidario: colaboración esta de la que Kafka habla con desazón, que lo compromete, en cada frase, a hacer concesiones por las que sufre, según dice, hasta lo más hondo. Esta colaboración cesa casi al punto pero, tras la muerte de Kafka, se renueva, más estrecha que nunca, también más gravosa para el amigo vivo que se consagra, con una fe extraordinaria, a sacar a la luz una obra destinada, sin él, a la desaparición. Sería injusto y frívolo decir que en cada escritor hay un Brod y un Kafka y que escribimos en la medida en que hacemos justicia a la parte activa de nosotros mismos o bien que sólo logramos la celebridad si, en determinado momento, nos entregamos por entero a la dedicación ilimitada por el amigo. La injusticia consistiría en reservar para Kafka todo el mérito de la pureza literaria —vacilación ante la escritura, negativa a la publicación, decisión de destruir la obra— y en imputar al potente doble amistoso todas las responsabilidades que van ligadas a la gestión terrestre de una obra demasiado gloriosa. Muerto, Kafka es íntimamente responsable de la supervivencia de la que Brod fue instigador obstinado. Dicho de otro modo, ¿por qué habría nombrado a éste su albacea? Si hubiese querido que su obra desapareciera, entonces ¿por qué no la destruyó? ¿Por qué la leía a sus amigos? ¿Por qué trasmitió a Felice Bauer, a Milena muchos de sus manuscritos, no sin duda por vanidad literaria, sino para mostrarse en sus regiones de sombra y su destino sin luz?

La suerte de Brod es patética. Obsesionado primero por aquel amigo admirable, hace de él un personaje de una



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